<p>Tras azul, rojo y verde llega amarillo. El drama. Cuarto y final relato del grupo de las impresiones furrys.</p>
Especies implicadas
Genero de los personajes principales (usar M, H, m, h para macho o hembra adultos o no, por ejemplo, M/F/m significaria un adulto macho, una adulta hembra y un cachorro macho)
Etiquetas (palabras por las que se encontraria la historia, separadas por espacios. Por ejemplo: fantasia rol ciencia transformacion lobo)
Durante seis días con sus noches dibujó sin parar, sin apenas comer, dibujaba en clase, dibujaba en la cama, dibujaba en el metro, obsesionado, centrado en hacer una y otra y otra y otra vez el mismo dibujo. Más delgado, más esbelto, desde este ángulo, desde el otro, con tal sombra, con tal estilo, con tal postura. Conocía esa figura desde todos sus posibles puntos de vista. Podía dibujarlo a ciegas, podía describirlo con muy pocas frases, sabía exáctamente lo que quería plasmar, lo tenía en la mente, brillante, preciso, perfecto, una imagen clara y tridimensional que respiraba y sonreía, le hacía gestos con la mano, le miraba a él, y él sólo quería plasmarlo para que todos los demás vieran lo mismo que él veía, esa perfección, esa figura, esa gracia, la sonrisa de Mona Lisa, las curvas divinas, la mirada pura, sincera, abierta, la piel suave, el vello perfectamente dispuesto, los dedos gráciles, las piernas fuertes, los músculos perfectamente torneados y... en definitiva, la cola, el morro, las largas orejas, los colores de su pelaje...
"¿Por qué por qué por qué no puedo plasmarlo?" Retorcía sus torpes dedos, se mesaba los cabellos, se mordía las uñas, arrojaba el portaminas 0.2 contra la pared y cogía un lápiz, hacía otro dibujo y partía el lápiz para buscar el carboncillo para desmigarlo entre sus dedos hasta hacerlo polvo lleno de frustración. Quemaba en su papelera metálica todos los bocetos sin importarle la fase en la que estaban. Al final se despertó vestido en su cama llena de folios y cuadernos de dibujo y materiales variados de todo tipo. Sostenía algo en la mano. No recordaba cuándo se durmió, ni siquiera cuándo durmió por última vez. El caso es que miró el papel en su mano. Era un papel Guarro con los bordes rotos, como si hubiera partido una lámina en trozos más pequeños. En su mano el papel no era mayor que una cuartilla pero en él estaba dibujado exáctamente lo que atormentaba a su mente. Era perfecto. Era divino. No podía haber salido de sus manos, no podía haberlo hecho él, un Dios debió apiadarse de su miseria y le había sacado de la mente esa perfección, esa divinidad, su Obra Maestra.
Lo observó. Una lágrima de éxtasis mojó el papel apenas a un centímetro de uno de sus muy precisos trazos lo que estuvo a punto de darle un ataque. Lo colocó sobre su atril. Lo midió, lo cuantificó, lo juzgó, buscó fallos, buscó defectos, no los encontró. De rodillas lo miró por largo tiempo. Era perfecto. Con precaución infinita lo posó mimoso sobre un scanner. Y una vez digitalizado le aplicó color con su mejor maña, con amor infinito, con precisión artesana, con los mínimos gestos y los comandos extrictamente necesarios. Seguía aún siendo perfecto. Ninguna obra de toda la web de intercambio de arte era tan maravillosa, ningún artista podía alcanzar su nivel, su preciada maravilla, su perfecta obra de arte.
Respiró profundamente una, dos, tres veces. Hizo crujir sus nudillos a pesar de que sus manos de artista jamás debían hacerlo era un hábito profundo, un sacrificio hecho a las musas del arte, un pequeño dolor placentero que sólo se regalaba al terminar cada obra. Dio a la tecla. El dibujo se publicó para que todos lo vieran. Lo observó en los parámetros de la web. Creó una cuenta falsa para entrar como si fuera otro usuario, le cambió la resolución a la pantalla para simular otros equipos, otros sistemas, otros navegadores. Seguía siendo perfecto. No tenía tiempo que perder. El plazo de seis días terminaba ya, era la fecha límite, era el momento, era lo que tanto había ansiado. Ya sabía lo que dirían sus compañeros artistas, ya sabía el revuelo que se organizaría, el boca oreja, la avalancha de peticiones de nuevos trabajos, el aumento de su caché y sus honorarios, todos los beneficios que le reportaría la maravilla que aún no creía que hubiera salido de sus dedos. Todo eso podía esperar.
Tomó el enlace de la obra digitalizada y la imprimió con cariño y esmero, vigilando uno por uno todos los parámetros de impresión, eligiendo su papel fotográfico más caro, usando cartuchos de tinta de color nuevos, tomando la lámina por los bordes con las yemas de los dedos la sopló a pesar de saber que era inutil y la envolvió en el precioso papel cebolla amarillo que había comprado para precisamente hacer ese envoltorio. Formó un sobre y lo lacró con una gota de cera roja líquida y aplicó su sello, la letra inicial de su nombre con el exclusivo juego de Lacre que había comprado para hacerlo todo perfecto. Dejó que se enfriase e intrudujo el sobre en una carpeta de cartón amarillo con solapa de cierre con botón y cuerda. Giró el cordel alrededor del botón y echó otra gota de cera y la volvió a sellar. Era perfecto. Era maravilloso. Olió la cera, sonreía. Tomó la carpeta y la envolvió en el papel de regalo de dibujos de partituras medievales que eligió seis días antes para el presente perfecto. Lo pegó con celo con dobleces hechos con la ayuda de una regla. Le puso un lacito de seda amarilla, lo sujetó con un imperdible de costura de cabeza redonda y brillante. Era perfecto.
Con grandes precauciones intrudujo el paquete en su carpeta de dibujo dejando el lazo fuera para que no se aplastase y voló hacia el metro. Era el día D y la hora H, su corazón volaba, sus manos sudaban, la cara roja, el cuello apretado por la camisa y el jersey de cuello de cisne. Flotaba en una nube de perfume y jabón, recién duchado en sus ropas más nuevas. Llevaba el pantalón beige a estrenar, las botas Panamá, el jersey cisne amarillo, en la mano la pulsera que le recordaba tantas cosas con los colores de la bandera de España, en la tripa llevaba diez mil mariposas. El viaje se le hizo eterno. Los empujones y desplazamientos de los otros pasajeros amenazaban su carpeta, su regalo, si alguien lo doblaba no sabía qué podría pasar. Se abrió paso en su estación con la carpeta contra su pecho. Corrió, corrió hasta el portal, se frenó, respiró hondo, arregló sus ropas, vigiló por enésima vez el perfecto estado de su carpeta de dibujo y ya recompuesto puso su mejor sonrisa y llamó.
"Sube, sube ya, la fiesta ha comenzado, ¡hay cookieees!" Pensó en esperar al ascensor pero sólo era un tercer piso así que corrió escaleras arriba de tres en tres hasta aporrear la puerta y al ser abierto estallar en un torrente de feliz realización "¡Dónde está el ojomeneado, que salga, que salga y me dé dos besos!" En el salón se oían risas, el humo llegaba al pasillo, de la cocina venía un dulce olor a bollo y pasteles calientes y chocolate líquido y a fruta recién cortada. Era una foundee de cumpleaños, era un cumpleaños furry. El artista se abrió paso entre apretones de manos, abrazos y besos que esquivó como pudo hasta llegar casi al centro del salón, buscar con la mirada, reconocer su objetivo, derretirse, sufrir dos paros cardiacos y con una sonrisa estúpida balbucir un "hola" enamorado e inaudible. El muchacho se levantó de su sillón, sonriendo, todo cara roja y dientes blancos, ojos enrojecidos, manchas de vino en la camisa abierta de manga corta, una copa en una mano, un palillo con dos trozos de piña y una cereza en la otra, abrazó a su nuevo invitado con alegría y le señaló la mesa llena de restos de comida, bandejas de fruta, dulces, chocolates, tazas limpias y sucias todo rodeando una enorme foundee caliente de la que salía un aroma dulce y cremoso. El artista se preguntó cuando fue la última vez que había comido, pero no podía esperar por nimiedades por lo que alargó al cumpleañero la carpeta de dibujo. El muchacho estalló en carcajadas. "Siéntate, come algo, fúmate un cigarrillo, esperamos a nuestra más reciente adquisición, el novato, dijo que se había equivocado de línea y que se retrasaría pero está al llegar". El artista se quedó paralizado. Su momento de gloria y éxtasis demorado por un desconocido. "Deja tu regalo en la mesa con los demás, venga, toma este chocolate, prueba las manzanas, los profiteroles, los buñuelos los he hecho yo mismo, las bombas de nata, todo recién sacado del horno, venga, endulza esa cara de limón, ¡que estás hecho todo un señor limón!" Una risa suave reconoció el chiste, el artista enrojeció, dejó el regalo en la mesa sobre todos los demás, dejó junto a su lado del sofá su carpeta de dibujo y tomó la taza de chocolate humeante y el platito lleno de dulces y trozos de fruta que el anfitrión le alargaba. Se metió un trozo de plátano lleno de chocolate en la boca y lo tragó casi entero sin apenas masticar. El pie le golpeaba rítmicamente contra el parquet, vació su platillo en apenas unos segundos y rebañó la taza con el dedo sin apenas apartar la vista de su anfitrión que recorría el salón repartiendo cigarrillos, bombones y vasitos de licores de colores entre los muchos invitados.
Sonó el timbre del portero automático y como un resorte nuestro artista corrió a la cocina, "Soy yo". Dijo un desconocido. "Sube ya, corre, ¡va a abrir los regalos!" Colgó el portero y corrió a la puerta, la abrió de par en par y vigiló las luces del ascensor que le indicaban lo miserablemente lento que llegaba el último invitado. La puerta se abrió y pudo ver a un joven de melena castaña con una camiseta ajustada negra sobre un pantalón vaquero muy por debajo de la cintura, zapatillas chillonas de variados colores y un paquete fino bajo el brazo. No advirtió su juvenil belleza ni su simpática sonrisa, ni la felina gracia con la que se movía, ni los dedos ágiles, ni los grandes ojos, ni los labios rojos que le sonreían. Tenía la piel blanca y tersa, las pestañas largas y la frente despejada, no había más que sencilla gracia e inocente alegría. "Hoola". Saludó saleroso. "Venga pa'dentro ya, que te pierdes los regalos". El artista se hizo a un lado y tiró de la mano que el novato le ofrecía para meterlo en la casa, cerrar la puerta, empujar al joven pasillo adelante hasta llegar al salón y gritar con voz aguda: "¡Ya estamos todos, abrid los regalos, los regalos, los regalos!" El anfitrión se levantó despacio. Lentamente cubrió los pocos metros que le separaban de su último invitado. Sonreía tenso, no apartaba la mirada. Abrazó al muchacho, le apretó contra su pecho, uno, dos, tres segundos más de lo que era necesario. El chico contestó al abrazo con entrega y entusiasmo. Se separaron sonriendo, mirándose a los ojos, se susurró un "bienvenido" se contestó un "ya era hora", se miraron brevemente de arriba abajo. El cumpleañero se rió: "Toma chocolate, fruta, pasteles, bombones, borrachos, lenguas de gato, delicias de viento o cabello de ángel, sé que te gusta el cabello de ángel, ven a la cocina que te he guardado un poco". Le tomó de la muñeca, le arrastró detrás de sí, los demás invitados charlaban, comían, fumaban y reían mientras el artista se llevaba un dedo a su cuello de cisne y trababa saliba como podía en su garganta seca.
Al cabo de pocos minutos, homenajeado e invitado regresaron al salón. Sólo uno notó que el chico nuevo no traía ningún pastelillo con cabello de ángel o sin él. Sólo uno comprobó que la camiseta del recién llegado ahora estaba por fuera del caído pantalón. El corazón le tamborileaba, el jersey le apretaba, la cara roja, los labios secos, los ojos rojos, los dedos de sus delicadas manos crispados sobre sus rodillas, olvidado todo a su alrededor, espiando las miradas que anfitrión y recién llegado se lanzaban desde puntos opuestos del salón. "¡Los regalos!" gritó el artista con aguda voz, nervioso y perdido. "¡Los regalos, LOS REGALOS!" gritaron todos entre risas y empujones. El anfitrión se levantó y fue a la mesa, nuestro artista vio como elegía la caja más grande apartando los pequeños regalos que había encima de ella. Con rápidos movimientos ansiosos el sonriente cumpleañero mostró a todos una caja de una Play Station 3 que le habían regalado entre muchos de los que estaban invitados. "¡A jugar, leñe, a jugar, ya abriré el resto el año que viene!" Los amigos y compañeros le abuchearon e insultaron con obvio cariño. "Está bien, alimañas. ¿De quién es esto, eh?" Un amigo se puso en pie y le arrojó un envoltorio de madalena doblado. "Es mio, joder. ¿Es que no ves mi nombre en la etiqueta?". Del paquete salió un conjunto de libros de receta de repostería y meriendas variados. "¡Bieeeen!" Gritaba uno. "¡Ole, así nos darás nuevas gorduras cuando vengamos a verte!" El chico dio las gracias con una radiante sonrisa y siguió abriendo regalos. "Este es de Mariel y Fermín, sé que es un maldito recopilatorio de discos de su grupo. Maldita sea, no vais a gustarme jamás, sois malísimos!" Carcajada general y abucheos varios. "Este es de Ruth, por el peso sé que es un collar, una pulsera, algo de marroquinería, ¿a que sí?" Del paquete sacó un collar de cuero del que colgaba un hueso de piel con el nombre del chico grabado. Uno a uno abrió los regalos dejando para el final los dos más finos, el del artista y el del chico recién llegado centrándose en los más voluminosos y luego los más pequeños.
Harto, impaciente, el autor de la obra maestra ya no pudo más. "Venga, venga, vengaaa, abre el mio". Con un paquete a medio abrir le contestó: "¡Ja! Ahora por listo te dejo para el final, sé cual es el tuyo, lo he visto al llegar, es el que hace juego con tu jersey de abuelita". Los amigos rieron la gracia y le arrojaron migas y envoltorios de bombón con buen ánimo. Ya sólo quedaban las dos láminas. Con mimo y cuidado tomó la oscura. Eran papeles de revista, ni siquiera era un papel de regalo, joder. El artista estaba frenético. Con delicadeza desprendió las hojas de revista y contempló durante un largo momento de silencio lo que había dibujado. Con una sonrisa congelada, lo miró durante un instante más hasta levantar la vista lentamente, dirigirla hacia el joven recién llegado y mover los labios sin pronunciar sonido alguno un "gracias" lleno de sentimiento y múltiples significados. El muchacho de negro enrojeció hasta la raíz de las orejas, bajó la vista con vergüenza pero felicidad absoluta y cruzó piernas y brazos con tímido reflejo sonriendo lleno de felicidad. "¿Qué es, qué es?" se gritaba. Tomando con increíble cuidado la lámina por sus bordes lo mostró a todos los invitados, era un bosque verde, un bosque de pinos centenarios y helechos gigantes en donde una manada de lobos blancos y grises se enfrentaban a otra de lobos negros y malvados. En el centro de la lámina un lobo blanco de lomo negro abatía a uno negro el doble de su tamaño, y junto al lobo vencedor otro lobo más pequeño, de pelo gris oscuro y grandes ojos verdes miraba a su compañero sonriendo ferozmente. Todos aplaudieron y alabaron al muchacho. Le dijeron que colgara su obra en la web de los artistas furrys, le dijeron que querían que les dibujara a sus representaciones bestiales, le pidieron su mail de contacto o su mensajería instantánea, mientras el cumpleañero se llevaba al pecho la lámina, la subía lentamente y besaba su borde mirando al muchacho de larga melena.
Con lentitud y nervios dejó sobre la mesa, encima de todos los regalos la lámina del bosque y alargó la mano mecánicamente hacia el último regalo. Mirando de reojo sonriente al muchacho de camiseta negra arrancó el precioso papel de las partituras y lo dejó caer al suelo junto a los demás envoltorios, arrancó también el lacre, cordel y botón de la carpeta desgarrándola, sacó la lámina envuelta en papel de cebolla y lo desgarró por el otro lado sin llegar a ver la gota de lacre con la inicial del artista que había en el otro lado. "Amarillo la primera capa, amarilla la segunda, amarilla la tercera, qué obsesión tiene hoy el Señor Limón con el amarillo". Una suave carcajada de todos los asistentes. "Señor vainilla". "¡Señor plátano!" "¡Señora Banana, querrás decir!" "Señorita Girasol". "Miss Yellow submarine". "Que nooo, es Don Taxi", "¡Doña Canaria!", "¡PICACHU!" "¡SIMPSON!" "¡TORTILLA, MOSTAZA!" "¡PIOLÍNPOLLITOPATITOPIÑABOBESPONJA MAZORCA!" "¡BLAS!"¡MARGARITA!"¡BUZÓN DE CORREOS!"¡PICACHU!" "¡JAJAJAJAJA, esa ya la han dicho, idioooota!" Todos estallaron en carcajadas, volaron migas y envoltorios de bombones, la risa era general, imparable, reían todos los invitados, reía el chico de negro, reía el cumpleañero con risa franca, la mano sosteniendo floja la lámina donde se vislumbraba apenas un lobo alado, un Simargl de melena amarilla, naranja y rojiza en una pose fantástica, con todo detalle, con una expresión de orgullo y sabiduría, con un cuerpo perfecto de fuerza y poderío, que con la cabeza alta miraba al futuro como rey absoluto de la creación. El chico se llevó las manos a la tripa, no podía dejar de reir, la lámina del Simargl se estrelló contra el suelo, se dobló sobre sí misma, se manchó con un minúsculo charquito de chocolate de un vaso de plástico caído, el artista no podía enrojecer más, en tensión, los ojos desorbitados, la mandíbula bloqueada, dos puños vibrando al final de sus brazos levantados, se lanzó contra su amado, le derribó entre chillidos, descargó sus puños una y otra vez sobre la cara amada, le sujetó las manos fláccidas contra el suelo mientras le golpeaba la nariz con la frente, le descargó varios rodillazos contra las costillas, la cadera, el estómago, ya empezaba a morderle la ensangrentada boca cuando el primer invitado supo reaccionar, hicieron falta cuatro para separarlos. Dos de ellos se llevaron dolorosos recuerdos de su acción, hicieron falta otros dos más para sujetarlo lejos contra el suelo, inmovilizada su rabia demencial, gritando, llorando, todo baba y moco y ojos dementes, gritos inarticulados de angustia, odio, congoja, rabia desatada, desesperación, un dolor infinito, una locura homicida, el caos reinaba en el salón, el caos se había apoderado de la mente del artista. El más sensato y práctico de los invitados se arrodilló ante el herido cumpleañero. Le quitó la sangre de la cara en vano, le levantó la cabeza, escuchó horrorizado el silvo de los pulmones perforados por las costillas rotas. Observó asustado la nariz hundida profundamente en la cabeza, los ojos vidriosos, la boca llena de dientes partidos, la sangre saliendo roja, tan roja de las muchas heridas. "Llamad a una ambulancia" repitió varias veces con un hilo de voz. "Ayudadme a llevarlo a la calle" pidió desesperado. Gritó por ayuda, poco a poco unos y otros comenzaron a moverse, llamando por sus teléfonos, corriendo de aquí para allá, trasladando el cuerpo agonizante que no tendría tiempo de llegar con vida al hospital. El artista miraba al objeto de su amor, le miraba con un único pensamiento: "soltadme, soltadme, soltadme" todo rabia y todo fuego. Roja su visión. Rojos sus puños. Rojos sus dientes de la sangre de su amado.
Poco a poco la calma llegó al salón revolucionado y se fue vaciando. Primero el grupo que se llevó al herido. Luego el grupo que entre golpes y gritos arrastró al enloquecido artista hasta un dormitorio donde le ataron a una cama en espera de que llegase la policía. En el salón sólo quedó el conmocionado muchacho de hermosa melena, blanco como la cal, paralizado como un cervatillo ante los faros de su perdición. No se había movido ni un centímetro mientras destrozaban a su nuevo novio. No corrió a ayudar al inconsciente muchacho que le había descubierto reciéntemente los placeres del amor y del sexo. No reaccionó siquiera cuando se quedó solo en el salón. Poco a poco, sin pensamiento consciente alguno, se arrodilló en el suelo y recogió la lámina destrozada, llena de pisadas, de sangre, de chocolate, de arañazos y dobleces y miró apenas sin ver la absoluta perfección del poderoso Simargl, el lobo alado que el loco amarillo le había regalado al chico que le amaba. Miró el Simargl durante muchos minutos hasta que al fin pudo empezar a sollozar y gritar. La policía le encontró poco después y le arrebató la prueba del delito de sus manos engarfiadas. La metieron en una bolsa de plástico. Doblada una, dos, tres veces para que cupiera. La etiquetaron y se la llevaron para no verse nunca más con ojos admirados de su absoluta y maravillosa belleza.