Oliver, el chimpancé que quería ser humano
Durante los años del colonialismo y la exploración, cuando parte del globo terráqueo permanecía oculto a la vista y abierta a la imaginación y la ciencia trataba de fijar sus categorías, aparecía de vez en cuando algún ser que parecía estar a medio camino entre hombres y bestias. Oliver fue, probablemente, la última de esas criaturas
En los años 70 muchos chimpancés eran capturados en las selvas del Congo para luego ser repartidos a otros países con distintos fines como formar parte de zoológicos, como mascotas o incluso para experimentar con ellos en laboratorios científicos.
Fue así como Oliver, con tan solo unos meses de vida, llegó a Texas, EEUU, junto a otros dos chimpancés para formar parte de una peculiar escuela de adiestramiento en la que se enseñaba a los chimpancés a hacer ciertas cosas para el mundillo del cine y la publicidad.
Pero sus nuevos dueños, que de chimpancés sabían bastante, no tardaron en ver que Oliver no era un chimpancé normal. Su anatomía no era como la de sus compañeros: su cabeza era mucho más pequeña y redondeada que la de sus compañeros y carecía de pelo en ella y también en el pecho. Sus orejas eran pequeñas y puntiagudas y su mentón era más semejante al de los humanos que al de su propia especie. Otra característica que sorprendió a muchos fue que Oliver siempre caminó de pie, algo que los chimpancés solo consiguen con mucho entrenamiento y que pese a ello, solo consiguen hacerlo en distancias cortas, con la espalda encorvada y con las piernas arqueadas hacia los lados. Pero Oliver no caminaba como ellos, Oliver caminaba como los humanos, con la espalda y las piernas rectas y durante todo el tiempo o distancia que fuera menester.
Pero las sorpresas no acabaron aquí, con el paso del tiempo Oliver comenzó a poner en práctica ciertas aficiones poco comunes en su especie. Le encantaba ver la televisión, y si tenía una cerveza en una mano y un puro en la otra, mucho mejor. Aprendió a usar el baño y a lavarse las manos con frecuencia, e incluso aprendió a hacerse café, que degustaba y paladeaba con sumo placer.
A Oliver no le gustaba la compañía de otros simios, ni a éstos la presencia de Oliver. Según parece, Oliver tenía un olor muy diferente a los otros chimpancés con los que compartía trabajo, y por esta razón estos le repudiaban, lo que hizo que su carrera como cineasta no llegara muy lejos. No así su fama, ya que su nombre y sus fotografías corrieron por diarios, revistas y televisiones de todo el mundo con titulares de todo tipo como: “Oliver, el eslabón perdido de la evolución”, ”El chimpancé humano”, “Oliver, el primer híbrido entre humanos y chimpancés”…
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